(Sí, lo sé, el título me ha quedado un poco pastelero de más, pero no se vayan, no se han equivocado de blog).
Decía que sí, que te quiero, pero se nos ha acabado la conversación y eso es, posiblemente, de las peores cosas que nos podían pasar.
Ya sé, ahora es cuando dices que en realidad nunca hemos sido nada, que la fidelidad no era nuestro fuerte, y que además somos completamente diferentes, pero piénsalo; es cierto que yo compraba otras marcas, pero si alguien me preguntaba, en mi cabeza siempre estabas tú, y te nombraba como mi única marca, y eso, lo quieras o no, es fidelidad. Es cierto que vendías a otros clientes, que muchas veces de un cliente sólo no se puede vivir, pero si miramos en tus bases de datos, si consultamos a tu gente de marketing sobre cómo sería un cliente ideal allí estaba yo, el primero, en todas tus listas y en todos tus estudios, habría más sí, pero yo era “el” cliente y eso, lo quieras o no, es fidelidad.
Y de repente, como el que tropieza con un bordillo en la calle y no le da importancia, nos dejamos de comprar, ya sea por la crisis, por la distribución, por el packaging o por vete tú a saber qué. Pero ya no nos compramos.
Y entonces, con el día a día como el mayor plazo que te podías poner, te fijaste en nuevos clientes, clientes potenciales, clientes emergentes, clientes que, en un futuro tan incierto como tu largo plazo, te darían ese maná del cielo que tanto necesitas, y al final, como dice Sabina, llegó el final. No te culpo, el corto plazo siempre ha sido cegador y todos, como marcas, hemos tendido más a tratar mejor a los clientes potenciales que a los consolidados, si lo hacen las telefónicas, por qué no lo vas a hacer tú.
Pero tuvimos mala suerte, ni siquiera se nos acabó el amor (de tanto usarlo), porque yo, aún a día de hoy, te quiero; se nos acabó la conversación, y eso, para una marca, es mucho peor. Si al menos estuviese despechado, y fuese escribiendo ríos de tinta sobre ti en blogs, foros y redes sociales, al menos te estaría haciendo un favor: Tu gente de de marketing se pondría a trabajar, la gente te tendría en su cabeza, y tus admiradores, hasta entonces escondidos, saldrían en tu defensa y acabarías reforzada, pero sin conversación no eres nada.
No me veas ni despecho ni desprecio, porque no lo hay, si acaso algo de tristeza, mucha, porque como dice Pereza, al final, dos heridos graves, desperfectos clave. Y tú, y yo, que nos queremos, no tenemos nada que decir, y nos miramos con desolación y nos preguntamos por qué, sabiendo que hasta no hace mucho tú eras mi marca y yo era tu cliente, y además, como leía a Doatis, …cuando hablábamos el tiempo se detenía y arreglábamos el mundo con sonrisas…
Así que, perdóname por esta vez, pero ya te digo que si no te llamo no es que no te quiera, es que no tenemos nada de qué hablar.