Últimamente a la gente le ha dado por invitarme a dar conferencias. Habla de lo que quieras, me dicen, pero que sea 2.0. Y viral, si es viral mejor aún. Yo me ilusiono, porque pienso que poco a poco me voy acercando a esa figura de sonrisa ladeada y libros de autoayuda recién publicados que llaman gurú. Y, cual lechera posmoderna, empiezo a elucubrar cuál será la señal que le hará a uno ver que se puede permitir multiplicar su caché por diez.
Pero ah, señores, esto del 2.0 es muy traicionero. Porque mientras insertas diapositivas en tu powerpoint recauchutado de presentaciones anteriores, se te vienen a la cabeza las fotos acumuladas en tu disco duro a la espera de una cuenta en Carbonmade, la fecha de la última entrada en tu blog, la web temporal de dos lineas y un link que has preparado para salir del paso y la cuenta de Spotify que, por pura dignidad, te niegas a compartir con tus amigos.
Y si eso no fuera suficiente, te das cuenta de que en Twitter nunca has dicho ni pío, que tu agencia no tiene ni 300 fans en Facebook y, peor todavía, que cuando buscas tu nombre en Google aparece una ridícula imagen de hace dos veranos en una pequeña playa de Tarragona.
Sí, creo que es ahí es cuando el cántaro de leche acostumbra a hacerse añicos contra el teclado y la conclusión se lanza contra mi orgullo a punta de tag: joder, soy lo menos gurú del mundo.
1 comentario:
Ya te comentaba el otro día Kike, que cuando en este blog se pague a los gurús, no dudes de que contaremos contigo.
Mi caso es justamente lo contrario. Mi blog se actualiza semanalmente (mínimo) tengo un buen posicionamiento en Google (justo después del maldito pueblo que quiso llamarse como yo)y mi perfil de FB sigue creciendo, eso sí, ni conferencias, ni 2.0, ni viral, ni nada de nada. Adiós a mis sueños de Gurú.
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