Hace aproximadamente hora y media que he llegado de trabajar y aunque hubiera querido, de verdad, no habría podido actualizar el blog hasta ahora, primero tenía que entrar en calor, y es que si se está acabando el mundo, ha empezado por Inglaterra.
Llegué a mediados de octubre cuando el inverno, uno de esos que según los lugareños es el peor en los últimos 20 años, sólo se estaba asomando. Desde entonces hasta ahora, mi único medio de transporte (además del público) ha sido una bicicleta, que me lleva desde este "middle of nowhere" en el que vivo hasta la civilización, donde puedo enlazar con algún bus o tren. Ella y yo nos hemos enfrentado a la noche, a la lluvia (que os aseguro que es mucha) al frío, a la nieve y al hielo. La bici me gusta y cada día más, pero al César lo que es del César.
Este artículo fue lo que me encontré hace unos días en el diario The Guardian, ahora que poco a poco me voy atreviendo con los diarios ingleses. En él, el autor defiende que para fomentar el ciclismo, mucho más que construir carriles bici, y acondicionar la ciudad, lo que hay que hacer es eliminar la publicidad como se hizo, dice, con el alcohol o el tabaco. Y se queda tan ancho.
Mi opinión: No, no y no;
Primero porque para favorecer a unos no puedes perjudicar a otros, porque la industria del automóvil da de comer a mucha gente, tanto directa como indirectamente.
Segundo, porque la eliminación de la publicidad no sólo sería un perjuicio para la industria del automóvil, sino también para la publicitaria, en España, siempre encontramos varias marcas de automoción en el Top de anunciantes, perder su inversión sería perder también muchos puestos de trabajo.
Y tercero: Las ciudades no están pensadas para las bicicletas (ni las conciencias de los conductores tampoco), y menos en Inglaterra, con ciudades más anchas que altas y construidas a varias millas de distancia, los carriles bici no dejan de ser un parche y un atractivo para domingueros, pero efectivos, lo que se dice efectivos, no son.
Eso sí, después del leer el post, también me quedo con una lectura positiva, y es que, al menos para el autor, la publicidad (todavía) vende.